domingo, 8 de mayo de 2016







     “Por anchura y altura, nada de feura, y si hermosura, como, vivo y me divierto a costillas consanguíneas, de vez en cuando ajenas, pero amigables”,  esta vaina mía es natural porque nace en el vientre materno, y sigue en mi niñez, adolescencia y etapa otoñal (aunque estoy lejos de estos últimos metros de vida, pero lo analizo a pura punta de miranda. Eso vale, pues); merma un poco en la edad madura, con el matrimonio, con la independencia, y eso que visitamos la casa de vez en cuando. De manera que no olvidamos estar recostados en las enaguas y driles del hogar. Pero no se trata de verlo desde ese punto de vista; claro, esto no se puede eliminar, lo mío es una ramificación, hablo en el sentido personal: soy una persona que tengo por cualidad beber licor sin meterme las manos a las popelinas. Esto lo digo sin pena, sin conchudez, porque lo vivo con sinceridad y apasionamiento. Ahora, esta cualidad mía, positiva por afectos, negativa por otras mirandas, que no se miran ellos mismos, quiero recrearla en este momento a través de una serie de explicaciones secuenciales, que se dan, por lo regular los fines de semana, desde que me tomé el primer trago (no preciso cuando), lo hacemos los viernes y sábados, sin descartar los domingos y un extra: los lunes, pero el día fijo, es el sábado, llueva, truene, relampagueé, tiemble, nos citamos en el bailadero de siempre o café favorito, claro que primero en el parque, que es la oficina principal para planear nuestras aventuras. Cuando cambiamos los sitios acostumbrados, y por puro vacilón, nos vamos para donde “las chicas de vestidos de paraguas”, y beba como loco. Nunca he oído un no o indirecta por parte de la galladita. Otros, en cambio, que debieran de dedicarse a lo suyo, que no están metidos en la tropa de nosotros, se echan bendiciones, polemizo con ellos, a veces me tiran bronca, disimulados, no sólo con palabras sino con visajes; Allá ellos si sufren. No es problema mío. Bueno, nuestra galladita está compuesta por siete mompitas. Nos hemos espigados juntos desde pantalones cortos, cargaderas, tenis Croydon o zapatos grulla, no sólo en la cuadra sino en la primaria, y lo que llevamos del bachillerato. Todos tenemos buenos apellidos y plata en las popelinas, pero el más ricachón y amplio es Bernabé que siempre nos recuerda: Nos vemos como siempre, y es cuando mi boca reseca empieza a navegar en un río de anís o cebada, luego, me coloco las manos en la cara, ahí no más por fregar. Guardate tu pena, me dice Bernabé. Ah, sí lo dices, pues ni modo. No atajo la corriente ni por el berraco. Llévame la contrariedad, y verás que te quedás mamando, me dice. Huy, uno hacer el papel de ternero, es cruel, maluco, y parte el alma. Ahora te vas a poner romántico, dijo Bernabé. No es para tanto, dije, sentimental me pongo cuando ya tengo bastante traguitos en la cabeza, no sólo eso, que tal los chistes que hago, que hasta ustedes se rascan las güevas de las carcajadas, y cuando canto, sin ser la voz de Alfredo Sadel, y toco la guitarra, sin ser las deditos de Paco de Lucía. Eso sí es de película, dice Bernabé, sonriente.
     Ya tomando sendero directo en lo mío, debo decir que vengo de una familia campesina como todos mis mompitas, que abrió montes, sembró semillas (por supuesto, yo cogí café, eché azadón), gracias a ese trabajo integral, infatigable, mi familia se hizo dueña de cien cuadras de café y propiedades en el pueblo. Nuestro apellido goza de respeto e influencia en el estamento social. Mis padres colaboran con cuanta actividad surja, y las que se inventen: San Vicente de Paúl, la Fiesta de la Virgen del Carmen… Yo no me meto la mano a los bolsillos, al fin y al cabo lo hacen mis viejos, formo parte de ellos. Mis padres me adelantaron parte de mi herencia, pues soy único hijo, me tocó una casa, gozo de su arriendo, también administro su negocio de compra de café, y me entiendo de los quehaceres de la finca. Esta cualidad de apretar el biyuyo no sé a quién heredé. He averiguado mi árbol genealógico, no encuentro ningún familiar con mi pinta. Los que más se acercan la despintan no del todo, gastan pero con medida. Agrego, a toda esta gama de vainas mías, doy la impresión que mis popelinas mantienen más vacías que tolvas de peladoras cuando la roya invadió las frutas de café. Otra cosa, no soy casado ni tampoco capado. Esto es una ventaja. Hoy cuesta mucho levantar una familia, pero abrigo la esperanza de hacerlo algún día. Lo mío es un paradigma en todo sentido, lo de mi mompita Bernabé, el resto de la galladita, son carrolocos, abiertos. No tienen penuria para gastar. Yo no cago en falda por no ver rodar el bollo. Son manera de vivir diferentes. Ellos no sólo funcionan en este aspecto sino en sus ideas, visajes, vizajes, en sus caminados, hablados. Claro, yo no ahorro en bromas, alegrías… Algo tengo de ellos. Pero eso sí, soy un financista de tiempo completo, lo digo como todo un perito en economía. Mis mompitas alaban mi actitud: Por eso te admiramos, Flaco. Les respondo: caminen los invito para que me inviten, antes de que se avinagren los tinteros, y mejor las copas dobles. Se oye, en un solo coro, un salpicón de carcajadas alcahueteras.
     Referente a lo que digo, por pura casualidad o coincidencia, en este rato, camino ansioso porque quedé de encontrarme en el parque las Palmeras con mi mompita Bernabé. Cuando llegué, él me estaba esperando en un banco. Bajamos una cuadra. Pensamos echar rumbo donde “las chicas de vestidos de paraguas”, pero cancelamos la idea. Era extraño que estuviéramos los dos nomás. Sería por lo que era jueves. Tal vez el resto de mompitas vendría después. En todo caso era una excepción. Dimos con una cantina que nunca habíamos visitado. Era un espacio discreto, pequeño, sin repellar, con olor barato.  Estaba medio vacío. En un rincón, por casualidad, había cuatro mompitas de charlas esporádicas, y compañeros de colegio, de otros grados. Quihubos, nos dijeron cuando hicimos traquear los asientos. A mí me miraron con ciertos ojos burlescos. Bernabé pidió dos aguardientes. Te volviste abstemio, le dije con cierta ironía. Sonrió. Mentiras, me dijo. Don,  por favor, tráigame una caneca, le gritó moderadamente al cantinero cuando se estaba arrimando al bar. Le solicitamos también que pusiera la aguja sin parar en el tocadiscos, las pastas de los Cuyos; el trío América, Hugo Romaní, Fernando Albuerne y tangos por montón A propósito de la música, ella  es un imán. Sin ella para qué alzar el codo... De un momento a otro, Bernabé se paró como un resorte, y me dijo, esperame un Flaco, me urge visitar el alcalde, y también encimarle una meada, vainas que tengo atrasadas; en todo caso, estas urgencias fisiológicas ni por el berraco no se las niego ni a mi novia.    
     Llamé al cantinero. Le pedí dos amargas  como pasante. Con Bernabé la movida era cantina abierta. Le dije que si quería tomarse una. Respondió no. Un mompita, de los que estaban sentados en la otra mesa, en un rincón, se arrimó de repente, sin llamarlo. Flaco, me puedo sentar, me dijo. Claro, Mauri, bien pueda, ni porque estuviéramos bravos, pues, respondí ¿Cómo le va?, preguntó. Pues ahí llevándola, porque apenas estoy tomando impulso con los aguardienticos. Cuando lleve varios, me voy a sentir  entonadito de verdad. Eso si no lo dudo ni por el carajo, respondió Mauri con cierta vaina. Con sorpresa, como si algo le estorbara desde hace tiempos, empezó el discurso embriagado de un espíritu cáustico: Eres un caso típico del goterero. Me quedé tranquilo. Tal vez pensó que le iba a revirar. Y siguió como en un formato de psicólogo venenoso: Si me dejas te voy a hacer una retrato tuyo. Fresco, Mauri, te doy vía libre. Bueno, te digo que tenés un cogote con buen desagüe para beber gratis. Te canaleas hasta los cunchos de Bavaria. ! Qué barbaridad, Barbarita! Te sentás en la mesa, tráiler de borracho en enjalma, y beba Genoveva, chupe Guadalupe, alzo el codo, me lo tomo todo,  el piche Caliche seguro que te lo conejeas también. Y si hay verano, te hacés el semidormido, cabeceando a cada ratico, con tino, morrongo, descuelgas uno de tus dedos (por lo regular el índice, que hace el oficio de catador o medidor, no importa que estuviera mocho) en el vaso, por si lo han llenado. Si sigue el verano, aguantas con la esencia de la paciencia. Cuando llega la tanda o la botella, ahí mismo te despabilas, te rencauchas. Pendejo no eres. Ni siquiera pegaste ni un brinco del taburete, cuando sonó la famosa pasta que estuvo de moda por mucho tiempo en Burila (ahora, de vez en cuando suena), la hacían rodar en el café donde estabas, no sólo a ti si no a los de tu gremio,  por remedio, por fregar nomás. Claro, para ti era lo mismo que sonara o no. No te pusiste ni del color de una iguana ni colorado, cuando un amigo, con el ánimo de sacarte de casillas, sentado en otra mesa, se levantó (como en este caso), te insinuó: ¡Ánima foránea del bolsillo, cuándo vas a pedir la canasta de agrias o la canequita! ¡Cuándo es el milagrito! ¡Upa! ¡Yooo…!, exclamabas como todo un artista, simulando con cantidad de visajes, devolvías los signos de admiración con risa recochera e incluso, volteabas a mirar a otro que estaba por ahí mal parqueado, de ñapa lo señalabas con un gesto en los labios… Hay que destacar que el gremio de los gotereros estuvo bien arrinconado por varios meses, no se asomaban ni siquiera a la esquina o tribuna, cada vez que sonaba la pasta tocada por Bedoya, recuerdo un trocito:
     Hombre estoy viendo una cosa que en este pueblo no se puede tomar cerveza porque hay mucho goterero, se lo pasan los domingos recorriendo, no se les escapa tienda, cantina ni graneros…
     Me acuerdo que avinagrado el boom musical de esta pasta, los gotereros volvieron de nuevo a su oficio con mayores ganas. En tu caso, hiciste caso omiso a este hecho, por el contrario te levantabas de la mesa, empezabas a remedar la pasta con mucho honor, sin pena e incluso, la cantabas mejor que el original, hasta en bolero, ranchero, ñuco. ¡Vaya, eres todo un cacharro! ¡Qué bárbaro, Flaco! Pero te pasó un cacharro maluco. El caso fue que te invitaron a una tomata (Acordate que estaba presente con mis mompitas en otra mesa) te cargaron para sentarte porque no querías, haciéndote el rogado, te dejaste tentar, caíste no en la tomada de copas sino en la tomada de pelo. La patraña fue que antes de solicitar la botella, el recolector de la plata (que nunca pone su parte, y si queda algo, se la embolsilla o dice que esa es su parte) pidió a cada uno la cuota. Quedaste como el ternero. El mundo se te volvió un cerco sin portillo por la pillada a boquejarro, a pesar que tenías plata. Claro, reaccionaste ipso facto. Menso no eres. Asumiste el papel del vividor del pueblo, diciendo: Aguarden que ya vuelvo. Saliste tortuga por fuera, y creo que chupaflor por dentro, teniendo como marco musical murmullos,  risas y broncas. Vaya, la gente es lista. En todo caso, este vacilón sirvió para difundir un remedio de película para asustar las mañas de los gotereros, para darles un escarmiento, aunque fuera por un rato nomás. Claro, algunos asimilaron, pero otros…, vos seguiste fresco (Acentuó su puya). Sí, aunque sos un poco exagerado, dije, esa fue una nota queque meme papasó, por el hehechizo del tratrago (hice el papel de gago por un tris). A veces pierde uno la cordura. En todo caso, mompita, no hay como mi galladita, no otra. Cada uno con su cuento y fiesta. Es por eso que la mía la quiero tanto, por eso me pego tanto. Buen, Flaco, contigo no hay caso. No, no, Mauri, es tu punto de vista, lo respeto, no faltaría más que te hiciera cambiar de opinión, pero lo que sí quiero dejarte en claro, es que los aguardientosques no me los gastás vos. Y si así fuera, pues tendrías razón, te pediría que me gastaras otro. Además quiero decirte que me gusta que no hayas venido con indirectas, que las vainas las digas de frente. Pues lo mío lo hago cara a cara. Sin esconderme. Estamos de acuerdo, ¿no? Como ñapa, te aconsejo, que dejes de echar tanta miranda en lo mío, eso a mí no me acompleja, te tomés tus aguardienticos dobles, tranquilito, cantadito, charladito, sabrosito. Esa es la gracia de estos ratos de bohemias.  Quien sabe, balbució Mauri.  Se paró. Bueno, Flaco, nos vemos, Otro día echamos labia. Bueno, Mauri, nos vemos. Apenas vi que se alejaba, pensé: Me echó indirectas, pero lo paré de una, y con diplomacia. Creo que no  vuelve a joderme. Así me voy quitando de encima a mis  críticos, poco a poco, sin que les duela mucho, o les enseño  que esto es algo muy mío. ¡Qué cosa!, ¿no? Sufre más el velón que el dueño de la olla. Me tomé un doble de una sola. Me sentí mejor.
     En ese instante, volvió mi mompita Bernabé cerrándose todavía la bragueta. ¡Eh, Ave María, casi que no suelta el pajarito y la moñiga! Pues Flaco, cuando me meto al excusado, me amaño tanto, que cambio el concepto de las cosas, ¿sabes? Fabrico castillos con los olores, cambio el país, lo achiquito, para que mis ideas no se vayan muy lejos, lo agrando, para que viajen sin agentes de tránsito ninguno, pienso en mi futuro desde mi presente, sin haber arreglado el pasado, y para que hablar del futuro, dijo Bernabé. Después agregó: A usted no le pasa lo mismo. Nada de eso, mompita. Voy a lo que voy. Bastante tengo con pujar y ponerme colorado. Bueno, cada uno con sus gustos. Y que novedad hubo en mi ausencia, preguntó Bernabé. Pues que te digo, bueno, tuve la visita improvisada de Mauri. Vaya, qué quería. No, simplemente tirar carreta venenosa. Te bautizó de nuevo con la bronca. Pues sí, el mismo tango de fin de semana. Antes lo hacía con visajes, ahora lo tiró con palabras. Bueno, ese es oficio de muchos, dijo Bernabé. No hay que poner cuidado. Dejá que la gente hable. Si vos  ponés oreja y ojo, morís tirándole piedras a la luna. Llegará un día que se mamen de echar tanta carreta. No, no tengo problemas. Vos sabés como soy. Lo que me llama la atención es que se preocupen tanto por mí. Me extraña araña, vos que sos tan frescolín. Esa no es la vaina. ¿Cuál es?, preguntó Bernabé. Qué voy a hacer con tanta fama. Ah, era eso, pues hacete el pendejo o andar con la testa erguida. Pues sí, La próxima vez que vengan con el cuentico, pues les voy a dar  autógrafos, pero antes me tienen que dar un tintero. Ay, no jodás, Flaco, vos sí sos la cagada. Carcajadas.
     Entre música, copas, anécdotas, carcajadas, bebimos la primera caneca. Vea, mompita, dije, ojo, va a venir el supervisor de mesas y pedidos, y nos va a llamar la atención. Ahí mismo, sin lástima, pidió la otra caneca. Después de un buen rato, el efecto de los tragos inició sus concebidos estragos alucinantes, antes de lo presupuestado. Habíamos tomado casi de seguido, como si estuviéramos en un concurso. En los inicios de la enlagunada, mi mompita Bernabé, le dio por tírame la siguiente perlita, ahí como por fregar nomás: Vea, Flaco. Sí. Sin incomodarte, ahí por puro paro, por qué no una noche de estas, hacés el simulacro de comprar una canequita. ¡Vaya, qué bicho te picó!, exclamé. No, nada, te lo estoy diciendo sin doble sentido. Es algo informal. Vos me conocés. Bueno, primero, deja tus indirectas diplomáticas; segundo, lo natural, no lo puede cambiar el ser humano, sólo Dios. De manera pues que foqueado, pero bueno, para demostrarte que no soy intransigente, un sábado de estos lo hago. Será un esfuerzo único, temo por tamaña hernia. Si llega ese día, dijo mi mompita, habrá fiesta, le pagare al “Negro” Macana  que tire voladores a diestra y siniestra. Tal vez la fiesta va hacer las tristezas de mis bolsillos. Ellos están acostumbrados a que el biyuyo esté cerquita, oliéndolo, acariciándolo. Risotadas. Bueno pues, mientras llega esa fiesta, hice un atajito en el tema, por qué no pedís la otra caneca, mira que estamos en los cunchos. Huy, todavía hay un cuarto, y como estamos de ladeados, no vamos a terminarlo. Vos ya estás todo chapeto, yo, solo, tomando, me voy a parecer a un despechado del amor, como si tuviera una tusa de padre y madre, dijo Bernabé. Pues sí, eso sí es cierto. Entonces coroteame para mi rancho. Mi materia gris empieza a dar vueltas. Eso es sensato de tu parte, dijo Bernabé. Lástima Flaco que tu lado flaco sea emborracharte con el olor. Sí, es cierto, pero te cuento, cuando era chico, bogaba licor como caballo tomando aguamiel después de una galopada la berraca... Bueno, hay algo favorable, te resulto barato. No tenés que gastar un montón. Es una ventaja bien aventajada, ¿no cree? Lo de  gastar es lo de menos, es secundario, no hay que nombrarlo. Lo bueno es pasar un rato festivo. Eso sí es así, dije en forma muy afirmativa. Bernabé, como siempre, pagó la cuenta, enchuspó el cuarto de caneca que quedaba en un bolsillo de atrás del su bluyín americano. Me paré penoso. Mi mompita me agarró de la mano. El cantinero ayudó hasta la puerta. Nuestros mompitas criticones, silenciosos, ya se habían ido.
     En el inicio de la calle, alargó su mano derecha por mi cintura, me apoyé en sus omóplatos. Al compás de pasos guasquiladeados, le enfatizaba, beodo, vea, de aquí en adelante, mientras llegamos a casa, te voy a diseñar tu propio retrato. Ya camellaste el mío, ahora voy con la tuyo. Muy bien, respondió Bernabé, pero no hay tiempo. El sábado expones tus vainas en presencia de la galladita, y así formarás un tertuliadero al calor de las copas, de pronto, por ahí derecho, nos das la sorpresa de meterte las manos en las popelinas para pagar, ¿te parece? Pues a mí no me parece, ¿y quién dijo eso? Se te olvidó, hacete el güevón, y verás. Bueno, vaya, hoy te corriste con malicia indígena para tu hoja de vida, pero el sábado no me darás melo. Lo juro, repetí como disco rayado, sin mesura, besando, baboso, una cruz mal hecha con mis dedos. Te fuiste por otro atajo, pero camina que todavía quedan unas cuadras, dijo Bernabé. Aceptó sin más cacaraqueos mis vainas balbucientes.
     En el andar desgualetado de los dos, afirmaba en mis adentros anisados, todos somos gorreros (Lo mío no era algo singular aunque lo fuera para otros), no sólo hago referencia al licor sino en otras situaciones de nuestro vivir cotidiano...; claro, soy un cacharro viviente de este modo discutido, folclórico, recochero. Una prueba indiscutible era que esta tarde, con las sombras de la noche, no sólo había tomaba a costillas de mi mompita, sino que en este momento, canaleaba su paciencia, su fuerza, lidiándome la perra, llevándome en coche, ante los ojos también mirones y gotereros de algunos transeúntes.


Septiembre, 1980


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