Jugueteos en aguas dulces
Recuerdo que nos bañábamos felices.
Parecíamos crías de nutrias haciendo infinidades de acrobacias.
Nosotros, la muchachada
del pueblito de ese entonces, aprendimos las primeras brazadas acuáticas en “el
Charco de la Viuda”.
Con el venir de los días, el charco
se fue poniendo flacucho, y sus aguas limpias (no cristalinas), se fueron
mudando en lodo o barro; pero así, nunca nos dio una fiebre o dolores en las
articulaciones. El volcán del “Totumo” se quedó corto y bobo; además teníamos
la ojeada diagonal del yeso de la Virgen, que no nos desamparaba ni un segundo.
Cuando salíamos del charco, parecíamos figuras
de barro labradas por manos precolombinas.
Nos coroteamos, por decisión unánime, al
tanque-piscina de “Kingo Chiquito” (“Pingo Chiquito”). El gorro favorito aquí
era pasarnos el recipiente (en todo su largor rectangular o cuadrado, no
preciso) debajo del agua. Eran hazañas que nosotros mismos aplaudíamos. Si en
“el Charco de la Viuda”, en sus comienzos, inventamos el nado del ladrillo,
pues aquí, dejamos firmado el estilo submarino, pero en la superficie. Bueno,
al menos habíamos progresado en algo nuestro estilo marino. El único
inconveniente que teníamos era que había que pagar para poder nadar. Fuera como
fuera, conseguíamos las monedas. Resalto que nos prestaban las
pantalonetas, cuando por salir a carrera loca, se nos olvidaba echar las
nuestras en los líchigos amarillentos.
Después, buscamos otras
alternativas. Tiramos pasos largos al río Barragán, a los “Kingos” y
“Palomino”. Sitios un poco lejanos pero cercanos para el cuerpo y el
alma. Ya no fuimos sólo nosotros sino todos los moradores de mi
pueblo. Fue una devoción recreativa de las familias para el descanso, para
embolatar los días festivos, para respirar aire puro y para exhibir cuerpos
esbeltos y panzas obesas pobres y ricas a los rayos amarillentos y escarlatas
del “Mono Jaramillo”.
Eso fue hace cuarenta y pico de
años.
Cuando hice maletas
del pueblito para la ciudad de Cali, “El Charco de la Viuda” era ya una
añoranza. “Pingo Chiquito”, todavía existía, y espero que los otros espacios de
paseos también nombrados, aunque la naturaleza se vuelve cambiante pero
por culpa de la mano humana.
Fue una época obsesiva (no
enfermiza), por el agua. Todavía nos fascina el agua, no tanto fría sino
calientita. Debe ser por los años.
Amábamos el agua, y
esto nos hace pensar en defender humildemente la teoría evolutiva, que toda
materia viviente, probablemente se originó en el agua.
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